Cantemos todos juntos el clásico de Prévert y Kosma aderezado con notas, apuntes y reflexiones que, como las hojas en estos días, llueven sobre mi cabeza.
Como si de un big bang emocional se tratara, la música nos estalla en la cara y es entonces cuando se empieza a escuchar tímidamente eso de ''me ha gustado… aunque yo no entiendo de jazz. ¿Me recomiendas algún disco?''.
Cuando al jazz lo consideramos un estilo, le robamos el alma. Vivir en el 2014 como si fueran los años 50 del siglo pasado es un inútil ejercicio de nostalgia.
El problema, claro está, es la santificación de las formas, la glorificación de los términos, la consagración de (determinado) arte jazzístico como fin y no como medio.