Club de Jazz 25/03/2024
Adrián Royo

Artículos, entrevistas, opinión...

¿De verdad 'apestan' los músicos de jazz?
por Carlos Pérez Cruz

Branford Marsalis

Nos atrae lo que nos repele. La barbaridad, la ordinariez, el exabrupto. Nos deleitamos en la destrucción, pero apenas dedicamos tiempo a construir. Twitter es un ejemplo. Es mucho más sencillo toparse con la indignación de alguien por algo que encontrarlo compartiendo su entusiasmo por una buena idea. Compartimos las salidas de tono y damos visibilidad al odio en vez de viralizar la mesura y la belleza. Se propone poco y se pontifica demasiado. Tenemos una perturbadora tendencia a descalificar. También cara a cara. También en el jazz.

Conozco pocos músicos que hablen públicamente bien de otros. Hace un tiempo felicité al pianista Albert Bover por sus comentarios elogiosos de otros colegas de profesión. Sinceramente, me llamó la atención. Normalmente se habla de uno mismo y, si no siempre públicamente, se critica la (falta de) destreza musical de los otros. El músico pasa tanto tiempo consigo mismo que puede perder el sentido de colectividad (o confundir lo colectivo con sus propios intereses). La vanidad es uno de los pecados más comunes del artista. Incluso en un mundo donde hay más migajas que pan por repartir. O quizá por eso.

Los elogios de Bover merecían probablemente un titular, pero ya he admitido que el dedo es más proclive al clic en el ratón cuando el titular entrecomilla una descalificación. El mío el primero, incapaz de dejar pasar el siguiente titular: Why is jazz unpopular? The musicians 'suck', says Branford Marsalis (¿Por qué es el jazz impopular? Los músicos “apestan”, dice Branford Marsalis). Para Marsalis, un tipo musicalmente admirable, los músicos “apestan” porque son demasiado matemáticos y sesudos. Curiosamente esto último no lo entrecomilla, pero en el artículo la periodista da a entender que esa es la opinión del saxofonista que, siempre según la autora, considera que hay rigidez en el jazz y que el público necesita titulación para entender lo que se está tocando. Los conciertos solo los aguantan otros músicos (si es que, añado yo, tienen interés por la música de sus colegas).

Convendremos en que la (supuesta) argumentación del saxofonista es poco original. Llevamos años, cuando no décadas, escuchando la misma cantinela. Probablemente desde la irrupción del be-bop, allá por los años 40. ¿Culpa de los músicos? Bueno, los hay con más y menos fortuna en términos de popularidad, aunque por regla general los músicos de jazz viven por debajo del radar de la fama. ¿Culpas? Más bien disculpas. El rock y el pop (y derivados) surgieron en el camino del jazz y se ofrecieron con más sencillez al oyente. Nada que objetar, hay pop y rock fabuloso. El swing de los 20 y los 30 fue el pop del jazz, pero hoy no puede competir con Lady Gaga. Y nos han (hemos) robado el tiempo para la escucha, requisito indispensable para ir más allá de la música concebida para poder ser ignorada.

Conviene recordar que lo que hoy algunos echan de menos del jazz fue, en muchos casos, lo que en su día lo alejó del gran público. Y sí, hay músicos matemáticos y sesudos, pero hay quien también disfruta sumando, restando y haciendo raíces cuadradas en sus oídos. E incluso quienes, sin entender un carajo de lo que está pasando en el escenario, nos quedamos pegados a la silla esperando que aquello no acabe nunca. Hay tanta belleza y talento en tantos músicos contemporáneos que no entiendo por qué al jazz lo asedia permanentemente la nostalgia y el flagelo. Para lo mal que estamos, ni tan mal la cantidad de discos y conciertos que me conmueven. Toquen frente a cinco, diez o miles, hay creadores que te hacen caer de culo. Su necesidad de contar y su generosidad al compartir está por encima de nuestra incapacidad de escuchar.

La popularidad tiene padrinos, pero a la verdad se acerca uno mediante un sincero esfuerzo creativo, la mayor parte del tiempo solitario y aparentemente inútil. Impostores los hay en todas partes, mediocres a patadas, pero fue así siempre porque la mayoría lo somos. Pero decir que los jazzistas actuales “apestan”, aunque sea por provocar, ¿qué aporta? Si acaso, morbo y regodeo en el exabrupto, delectación en la miseria y, desde luego, una advertencia al oyente antes que una invitación. No se atreva a venir. Apestamos. Marsalis, un tipo con capacidad de autocrítica, abunda en la extendida afición a cargárselo todo.

Puestos a cagarnos en la música, prefiero lo que el viñetista Robert Crumb le dijo al saxofonista Mats Gustafsson sobre la música que éste le envió: “No encuentro nada disfrutable ni veo qué tiene que ver con la música tal y como yo la entiendo (…) ¡Hay gente que incluso paga por escuchar esto! (…) No te lo digo con intención de insultarte. Pareces un tipo completamente simpático, civilizado y con sentido del humor (…) Que este ruido pueda proporcionar a alguien algún tipo de placer estético se escapa a mi comprensión”. Gustafsson se ganó, además de unas notas hilarantes (y sinceras) para el disco, presumir de una portada con la firma de Robert Crumb. En letras plateadas se puede leer: Torturing the saxophone.

Carlos Pérez Cruz

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