Club de Jazz 25/03/2024
Adrián Royo

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Crítica y matonismo
por Carlos Pérez Cruz

Crítica y matonismo
Uno de los riesgos de una sociedad sin educación es que los individuos que la conforman carezcan de herramientas de pensamiento propio que les permitan actuar frente a cualquier tipo de abuso de poder o injusticia. La falta de formación, la mala calidad de la misma, son el caldo de cultivo perfecto para una sociedad embrutecida y embrutecedora. Esto es algo sabido, un lugar común, una reflexión básica que incluso expresan, con cínico entusiasmo, aquellos que más se preocupan por destruir todo atisbo de civilización.

La cultura, esa que reclaman y defienden hasta quienes más hacen por devaluarla, es un termómetro estupendo de la salud de una sociedad. Dentro de la cultura, la música es quizá la más popular de sus manifestaciones, exprimida hasta la omnipresencia, devaluada por sobreexposición. No hay segundo del día que no tenga su música, ya sea por voluntad o por imposición. Incluso hay aseos donde Miles Davis acompaña la micción. Desconozco si Brötzmann suena en la defecación.

La cultura, y por ende la música, no es sólo de quienes la crean; también, y fundamentalmente, de quienes la viven y experimentan, además de quienes la enseñan, difunden, programan y reflexionan. Lo que yo denomino el ecosistema de la música. Todos los pilares de ese edificio cultural tienen importancia. La calidad del material del que están hechos determina la solidez de esa infraestructura invisible que es la cultura en una sociedad (a pesar de que algunos de sus contenedores hayan sido especialmente visibles en años de borrachera financiera).

No pretende este texto un diagnóstico general de la calidad de nuestra cultura, ni de nuestra música; ni siquiera evaluar su ecosistema. Pero sí apuntar algo sobre uno de esos pilares: la crítica. Lo he padecido personalmente, así como conozco bien el caso de otros compañeros: aquella crítica que no resulte laudatoria -aunque el elogio se sustente en meras sensaciones, no en elementos objetivos, por otro lado muy susceptibles de subjetividad-, despierta al linchador que todos llevamos dentro. Rara es la excepción. La era de las redes sociales simplemente ha hecho visible esa realidad.

Dejo el análisis de la calidad de la crítica musical (como profesión) que se practica en nuestro país para otra ocasión. La crítica también puede y debe ser sujeto de ídem. Sólo apuntaré que creo que la media es muy flojita y condescendiente, propia de un país con una escasa formación musical de su población. También que hay buenas plumas que saben de lo que escriben. Se ha de ser exigente con la crítica, no menos que con el arte que se practica y con la labor de todos los que de una u otra forma hacen/hacemos caldo de cultivo. Es decir, se ha de exigir que cada cual haga bien su trabajo (la gran revolución pendiente en nuestra sociedad).

A la crítica le ha acompañado siempre la sospecha, quizá porque forma parte del ADN patrio hablar sólo para poner a parir a los demás. Así, la crítica sería sospechosa de practicar, con más o menos elegancia, el arte de la aspersión de mierda, pasión nacional que el crítico practicaría, además, para ocultar la frustración de no haber alcanzado el virtuosismo intachable (e indudable) de aquellos sujetos de su análisis. Suelen obviar que pocos cómplices tan fieles como los críticos, que de tanta devoción por la música, han decidido dedicar gran parte de su vida a dar a conocer lo que tanto aman.

La crítica tiene la obligación de reflexionar y hacer reflexionar, labor ingrata cuando se trata de hacerlo, con mayor o peor fortuna, sobre el trabajo de otros. Qué merece más atención y por qué; cuál es la relevancia o irrelevancia de una grabación y por qué; qué resulta original o no de un trabajo y por qué; qué elementos lo sostienen o lo hacen naufragar y por qué; qué valor tiene en el contexto histórico y por qué; qué consecuencias tiene la exposición privilegiada de algunos sobre otros, quizá merecedores de mayor atención, y por qué esto puede perjudicar a todos. Porqués, siempre porqués. Porqués fundamentados (rebatibles, faltaría más) que lleven a la reflexión y de la reflexión a la toma de posición.

España es un país con reconocidas carencias educativas y profundas fallas en su formación musical. Esta circunstancia, prolongada en el tiempo, reconocida y con apenas destellos de mejora, debería llevarnos a ser mucho más críticos y exigentes. Ser ombliguistas cuando los cimientos son tan endebles parece una torpeza. No se trata de flagelarse, pero sí de trabajar incansablemente para mejorar, también nuestra capacidad crítica, la única que nos permitirá distinguir churras y merinas, megustas y valores. Mientras no sea así, se impondrá el matonismo tan visible en las redes, que degrada la reflexión constructiva sepultando cualquier indicio de pensamiento libre por la intimidación verbal de un coro de mediocres.

Carlos Pérez Cruz

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