Es frecuente que las primeras grabaciones de recién salidos de la academia resulten técnicamente irreprochables pero emocionalmente anodinas. Lo esencial en un registro, al menos para mí, es que sea capaz de trascender el artefacto, que comunique y me traspase con independencia de si es o no perfecto. Es decir, que logre precisamente aquello que normalmente no se juzga en un examen. Que no sea un ejercicio de técnica, una demostración de gramática, sino que, en todo caso, el manejo de las mecánicas esté al servicio de un relato, de un discurso, de una idea.
Hay primeras grabaciones estupendas, claro, pero son una lógica excepción. Landscape Songs lo es. Primera de estudio de la saxofonista Roser Monforte tras jugar a solas en Haiku con las acústicas en la capilla de un antiguo convento en tiempos de soledad y pandemia, aquel ayer que parece ya otro siglo. Y lo es, estupenda,vibrante, emocionante, quizá porque ha llegado cuando debía llegar, cuando, por edad y experiencia, Monforte (1978) tenía ya una mochila llena de vida que explicar, con la que poder dejar el artefacto en segundo plano y dedicarse a hacer música.
Me decía Roser Monforte en un email que los temas del disco “se etiquetan como jazz, porque tenemos la manía de etiquetar”, pero que para ella “es música que pasa por el jazz, pero también por el folk o el funky”. Tiene razón, tenemos la mala costumbre de etiquetar y las etiquetas tienen un peso en ocasiones aplastante en esta sociedad de trincheras, tienden a bifurcar caminos, a cerrar puertas. Para mí, sin embargo, es jazz del bueno, porque es jazz como actitud, es jazz para abordar pasiones diversas, estéticas varias, y llevarlas a un terreno que estará siempre abierto al momento. O sea, puro jazz.
Lo hace acompañada de dos músicos más jovenes, el guitarrista Pau Mainé (1992) y el baterista Jordi Pallarés (1995), sobre quienes reparte a partes iguales el peso, que se sostiene en el buen equilibrio de los paisajes cambiantes del disco, desde el inicial “Once upon a time” (cuya melodía parece juguetear con el “In walked Bud” de Monk) al “Baraka” de Mainé, la única composición que no es de Roser Monforte. Como una buena novela, Landscape Songs mantiene el interés capítulo a capítulo por su diversidad temática y estética, pero a su vez por lograr la unidad del grupo y convertir la grabación en una suite de viaje circular que resulta difícil abandonar. Sonido íntimo pero también envolvente, paisajístico, que no ambiental.
De la misma generación de los acompañantes de Monforte, la cantante Belén Bandera (1994). Digo cantante, pero tengo la impresión de que Bandera es una artista in progress, una personalidad definida pero, a su vez, por formar, en creación, en proceso de descubrimiento (para los que estamos fuera y, probablemente, para ella misma). Canta, pero si de aquí unos años no y se dedicara a dibujar, a caligrafiar tapices, a arreglar música o a escribir poemas (o a todo a la vez), no me sorprendería. Lo que sí me ha sorprendido es Nature's Calligraphy, su segundo disco. Bueno, para muchos será el primero (dado que el primero, Origins, era para oyentes decimonónicos como yo. Solo salió en formato físico).
Aunque es un trabajo de la cantante Belén Bandera, es en realidad una expresión colectiva. Cierto que al servicio del universo de la barcelonesa, pero con espacio para que cada uno respire a su aire. Y es, sobre todo, una creación de la Bandera compositora y arreglista, en el que la voz es la mayor parte del tiempo un timbre más de la orquesta de cámara que da vida a seis paisajes (de nuevo el concepto paisaje) repartidos en varios movimientos. Están inspirados, explica, por la naturaleza y la biología, y se intuye que por los escenarios y vicisitudes románticas de esta viajera en el tiempo que ha cribado 17 de los más de 200 temas que compuso a diario durante siete meses de reto creativo y con los que dio forma a su proyecto de final de carrera y ahora a este disco.
Resulta incluso desconcertante la placidez vital que desprende la música de Belén Bandera en estos tiempos tan tempestuosos y apocalípticos, arreglada con elegancia de seda y dejes pop. Ensoñadora, de confección clásica, elegante en sus apuntes más jazzísticos, atemporal en su estética. Un disco lo suficientemente extraño a su tiempo como para volver una y otra vez sobre él a seguir descubriendo matices.
Carlos Pérez Cruz
