Reseñas de discos

Detalles de la serie de pinturas sobre almiares del francés Claude Monet dan forma a la presentación (física) de la tercera grabación con este cuarteto del guitarrista Scott DuBois, músico establecido en Nueva York. Monet expuso con ellas la diferencia en la percepción de la luz según la hora del día y la estación del año. El maestro del impresionismo pictórico inspira y guía la música de DuBois, cuya adhesión a un cierto paisajismo se percibía tanto en la portada de sus anteriores trabajos como en la propia expresión artística.

De la primavera al invierno. Las cuatro estaciones y su luz sobre los almiares son los hitos que estructuran el imaginario de este disco de DuBois, que tiene una primera virtud: sabe dar vida a lo ambiental y evitar así quedarse en lo contemplativo (aunque también). Tiene de impresionista la flexibilidad de los tempos (en muchos casos no hay un pulso evidente), la amplitud y reverberación de los espacios sobre los que trabajan (con los que logran diluir las formas y contornos de la música) o la exposición melódica a dúo con retardo entre las voces de DuBois y Ullmann (y el efecto envolvente e hipnótico que ello produce). La tendencia natural hacia el estatismo la evitan dos rítmicos fabulosos: Thomas Morgan y Kresten Osgood. Ambos mantienen la tensión y la direccionalidad con un discurso en paralelo constante y activo, de modo que DuBois y Ullmann pueden jugar con ese delay de la exposición temática o incluso con la reverberación permanente -con el eco de su propia voz-, expresarse libres de ataduras (Ullmann está especialmente brillante con el clarinete bajo, visceral por momentos) y crear el marco ambiental que determina el disco (DuBois no se rasga las vestiduras por, por ejemplo, repetir incesantemente un motivo, si este sirve al resultado global), mientras Morgan y Osgood hacen que la música camine sin desvanecerse inexorablemente en el éter.

Carlos Pérez Cruz
Nota: publicado originalmente en la revista 'Cuadernos de Jazz'.