Son fuego, pero podrían también ser tierra, aire y agua. En la música del trío Fire!, una de las encarnaciones del sueco Mats Gustafsson, se concentran los elementos básicos de la vida. Del saxofonista emana una energía tan descomunal que necesita quien le ponga los pies en la tierra, pero también oxígeno para mantenerse en el aire y agua sobre la que pueda fluir el río de lava que expulsa con el barítono y el tenor. Elementos que constituyen la belleza en estado salvaje de un trío capaz de someter al espectador a una terapia circular, hipnótica.
No hay truco ni trato, no hay circo, no hay peligrosas piruetas en el aire. Hay sinceridad a flor de piel, una verdad que desborda los límites del frío análisis formal. Fire! no descubre el fuego, pero sabe cómo prenderlo, domarlo, dejarlo ir sin perder el control y hacer que lo pierda el espectador. Tres notas repetidas como el mantra de un chamán son capaces de sostener un edificio estructuralmente básico pero que posibilita el expresionismo munchiano de Gustafsson, torturador confeso del saxo, con el que se contorsiona casi como un maorí danza la haka.
Tienen sus instrumentos algo de presa que contiene los embates de un torrente. Como el agua que burla los obstáculos y se abre paso tras el diluvio, la tormenta interior de Mats Gustafsson atraviesa su cuerpo y desborda los márgenes del escenario para tumbar toda resistencia. Donde no llega el saxo, lo hace un grito. Enchufado a la corriente del bajo de Johan Berhtling y con la batería de Andreas Werliin marcando el groove sobre el que late la música, el saxofonista restalla a golpes de sonido. Una sola nota de Mats vale por el vértigo de una escala practicada a la velocidad de la luz. En una sola nota, la belleza del mundo.
Texto y fotografía: Carlos Pérez Cruz
