Club de Jazz 22/04/2024
Dan Weiss

Conciertos

Free Radicals (Agustí Fernández, Barry Guy, Peter Evans)
Sala Teatre del CCCB (Barcelona), 'Sampler Series' - 27 de enero de 2016
Músicos: Agustí Fernández (piano), Barry Guy (contrabajo), Peter Evans (trompeta y piccolo)

Free Radicals

Se congratulaban Barry Guy y su pareja, la violinista Maya Homburger, no sólo de que la sala se hubiera llenado a rebosar sino, y sobre todo, de la numerosa presencia de jóvenes entre el público, muchos de ellos músicos. Buena noticia. Si algo pone en riesgo de extinción cualquier manifestación artística es la falta de renovación de la afición; también, claro, de la propia escena. Buenas vibraciones en Barcelona.

Meses después de la celebración de su 60 cumpleaños en el Festival Grec, con un auténtico quién es quién de la improvisación internacional, Agustí Fernández volvía a lucir galones en Barcelona con 'Free Radicals', un trío de los que quitan el hipo. Si uno piensa en contrabajistas, Barry Guy no tiene igual. El británico, además de ser uno de los padres en Europa de esta droga dura que conocemos por música improvisada, tiene el plus de su conocimiento y práctica de la música antigua, especialmente del repertorio barroco -del que su mujer es especialista-, lo que distingue su sonido con la precisión, afinación y calidad de los más finos estilistas. Lo mejor es que todo eso estalla en millones de precisos y espasmódicos gestos que, como si de un cristal reflectante se tratara, irradian mil y un caminos posibles y/o simultáneos para él y sus compañeros. Pese a ser el mayor de los tres (68 años), a Barry le desborda tal energía y entusiasmo que su edad está claramente disociada de la expresión resultante. Adolescente en pasión, experimentado en la elección de respuestas y en la propuesta de interrogantes. Su deseo es el elixir de la eterna juventud.

Tiene Barry casi o tanta energía como el treintañero Peter Evans, el extraterrestre, el más superdotado (supercurrado) de los trompetistas que yo haya conocido... con diferencia. El mundo está lleno de buenos músicos, son menos los que además tienen algo propio y original que contar. A su indudable talento natural, Peter une una voluntad de hierro para el estudio, una disciplina estajanovista que le lleva a renunciar al wifi doméstico para poder centrarse en el desarrollo de su extraordinaria relación con el instrumento. Por eso, además de por sus facultades y capacidad de fabular, Peter es capaz de contarnos sus propias historias, intransferibles, originales, no meras reproducciones de un repertorio institucionalizado. Es un iluminado con una capacidad fabulosa para llevar la trompeta (y a su vez la piccolo, remedo de trompeta para la interpretación del repertorio barroco) a explorar tierras que el ser humano todavía no había pisado. Ventajas de ser un alienígena. Cuando se asiste a uno de sus conciertos, se puede estar seguro de estar siendo uno de los primeros humanos en exponerse a alguno de los microdetalles virtuosos que adornan su discurso.

Escuchar a Peter es un privilegio y toda una experiencia; (re)conocer la dificultad de lo que hace, un placer extra para compañeros de profesión. No es sólo admirable la insólita facilidad para combinar un instrumento tan exigente (y cabrón) como el piccolo con la trompeta, ni siquiera la exhibición de un espídico virtuosismo en el uso de técnicas convencionales del instrumento (producen vértigo la velocidad de su doble y triple picado, los abracadabrantes saltos interválicos con precisión y calidad suiza...). Lo que le pone a uno patas arriba es su habilidad para convertir un instrumento de viento en uno de percusión (lo que incluye el viento como motor de la percusión), su mágica capacidad para modificar el color y la textura de los timbres a voluntad, ahogándolos o expandiéndolos, llenándolos y vaciándolos de aire en su resultante. Cosas de extraterrestres.

Uno que lo sigue siendo en su país es Agustí Fernández, un tipo al que su tenacidad en el trabajo y la claridad de ideas le han llevado a ser parte de la élite de la improvisación en Europa. Contra lo que invita a creer el ideario neocón, no todo esfuerzo y empeño obtienen recompensa, pero Agustí está cosechando al menos las pequeñas grandes satisfacciones que ofrece la tranquilidad de conciencia y el reconocimiento de sus compañeros. El suyo es un triunfo de la perseverancia y la progresividad evolutiva, de la falta de prejuicios sobre los (teóricos) límites del lenguaje artístico. No es estandarte para ninguna institución, no es imagen de marca patriótica. Es algo mucho más importante: un ejemplo de independencia personal y artística. Está Agustí en un momento estupendo, en estado de gracia. Disfruta mano a mano con sus contemporáneos y haciéndose transfusiones de juventud, a la que transmite sin pontificar una experiencia que no tiene tanto que ver con la emulación de su estilo tanto como con la transmisión de una pasión por la libertad y la autonomía creativa. Son músicos así los que hacen que perdure nuestro interés y pasión por la música, los que nos sacan del letargo acomodaticio y ayudan a que la música nunca toque techo.

Tiene Agustí ese no sé qué en su pianismo que es el resultado del excelso toque de concertista serio y disciplinado que convive en su interior con un niño travieso, gamberro y juguetón al que han dejado a solas con el piano, sin adultos en el horizonte. Disfruta tanto y es tan expresivo en su felicidad que cualquier oyente despistado y perdido en la maraña sonora que creaban los tres podía localizar al instante lo extraordinario, la feliz conclusión común a la que había llegado con Peter y Barry en esa lectura casi bruja del pensamiento ajeno que dicta las buenas partituras de la improvisación. Y es que tiene esta música ese punto mágico, ese porqué muchas veces indescifrable para el propio intérprete de la simbiosis de las ideas, el indescriptible milagro de la armonización de discursos que parecen improbables de casar sin guión y que ellos fijaron con precisión de orfebres.

'Free Radicals' incendió un auditorio que exigió el bis y vivió en silencio de asombro y conexión casi mística la hora de música, el viaje sensorial, la tormenta emocional (a la que siguieron muchas calmas) que se desató en el intercambio de provocaciones de tres maestros que, en su primera ocasión como tal trío, tuvieron uno de esos días. Describir la partitura tiene poco sentido. Es irreproducible.

Carlos Pérez Cruz

Volver
ÚLTIMOS TWEETS
Error : -
Suscríbete a CdJ
Contacto
club@elclubdejazz.com