Club de Jazz 25/03/2024
Adrián Royo

Apuntes

Los años vividos junto a Cecil Taylor: apuntes para una epopeya (por Chema García Martínez)

Cecil Taylor


Yo no sé muy bien qué era Cecil Taylor, y tampoco es que me preocupe mucho. Bien mirado, puede que nadie supiera quién era Cecil Taylor, salvo Cecil Taylor. La cosa es que uno, entonces, no se planteaba éstas cosas, valga la redundancia. Cecil Taylor era, bueno... Cecil Taylor. Un punto y aparte en la programación de los festivales, una cosa folclórica, y lírica, y prosopopéyica, y muy, muy divertida. Por un lado, él; por el otro, todo lo demás.

Y así como era él, era su piano, prosopopéyico y carnal -su “fisicalidad” primitiva, como escribió Agustí Fernández en inspirado texto que reproduce Carlos Pérez Cruz-, mayestático e inexplicable (ni falta). Y sudoroso. Sobre todo, eso. Sentado al piano, los goterones le caían como estalactitas en fase de solidificación formando una lámina deslizante al contacto con el marfil de las teclas, lo que venía a favorecer los “vuelos taylorianos” (vuelvo a Fernández). De ello, que sus conciertos fueran una especie de lifting a lo bestia, con el pianista saliendo con entre 5 y 7 kilos de menos (dato aportado por el propio interesado).

La fisicidad/fisicalidad” del piano de Taylor no es anecdótica, sino que forma parte del conjunto, según demostró Fernández en su texto anteriormente citado.

Con esto, que uno percibía una lógica interna en lo que hacía, aunque no fuera capaz de explicarlo (ni falta). Resulta que el finado Taylor era una cosa de verse y no sólo de escucharse, el asunto del sudor, la fisicidad/ “fisicalidad” formando parte del mensaje, el manantial de energía mítica (Freud) descendiendo del cielo como paloma para posarse sobe la testa del creador, de donde que los discos no expliquen nada de Cecil Taylor, salvo algunos (en realidad, los discos no explican nada de nadie).

O sea, que Cecil Taylor era muchas cosas de las que no se habla en las “necropedias” publicadas a su muerte (la vida a través de los discos, los números…). Así, se olvida la presencia del pianista en Begur, 1989, para homenajear a Carmen Amaya; un acontecimiento crucial/transformador para el artista tanto como para la audiencia (1).

Cecil Taylor era el desconcierto que generaba entre quienes acudían a sus conciertos, media hora citando al toro, sombra aquí, sombra allá, maquíllate, maquíllate, y sin tocar una puñetera nota (Northsea Jazz festival). Y lo que venía a continuación: el diluvio universal.

Cecil Taylor era él tocando en “solo” en compañía de Seve Lacy (una distancia de 15 metros aprox. entre el uno del otro), un bailarín de butoh japonés o el baterista Tony Oxley (todos, Northsea Jazz festival).

Cecil Taylor era Jimmy Lyons, injustamente olvidado, con quien compartimos la Joven Crítica una tarde en su habitación de hotel (por algún motivo, la entrevista nunca salió publicada, acaso fuera porque nunca la transcribimos).

Cecil Taylor era el espectáculo de luz y color después del concierto, en los camerinos (San Juan Evangelista) o los vestuarios (Palacio de los Deportes), una cosa de las “Mil y una noches”, pufs finamente bordados y luces multicolores. Frente a la opinión que se podía tener de él, refrendada por los feroces escritos que publicó en su mocedad, el finado Taylor abría las puertas de su jaima a quienes le visitaban, con derecho a té de menta y una agradable conversación en torno a los temas del día. Pero eso también formaba parte de la coreografía.

Cecil Taylor era Juan José González hablando de lo importante que es Cecil Taylor para la historia del flamenco. Claro que eran otros tiempos: pensar que un día, el susodicho pudo abarrotar un Palacio de los Deportes, hoy WIZink Center, en Madrid, resulta de no creérselo.

Así las cosas, leo en una de aquellas “necropedias” que Cecil Taylor fue “marginalizado de los clubes de jazz tradicionales”, lo que indigna al autor de la misma. Su llamado a las barricadas por el triunfo de la confederación llega, sospecho, un pelín tarde. Más bien podría pensarse que la medida de no contratar al pianista fuera tomada en razón a lo elevado de su cachet (2) o porque a un oyente se le atragantó una rodaja de pepino encurtido procedente de la hamburguesa triple con queso, por efecto de la onda expansiva. Mientras eso, Wynton Marsalis programaba a Cecil Taylor en el Jazz at The Philarmonic en el apartado “cosas-que-se-supone-que-son-jazz-pero-tú-y-yo-sabemos-que-no-lo-son”. Uno lo piensa: acaso el pianismo de Cecil Taylor debiera más a Sidney Bechet que a John Cage, a J.S. Bach que a Thelonious Monk, a Matsuo Bashō, poeta japonés del siglo SVII, que a ningún músico. Y así.

Murió Cecil Taylor. Por una vez y sin que sirva de precedente, en facebook no se habló de Rajoy, Puigdemont, Cifuentes, Trump y/o Kim-Jong-Un. Loados sean los dioses.

Chema García Martínez


Notas:

(1) para más información, véase José Manuel Gómez Gufi, “Tribulaciones de un DJ flamenco” (disponible a través de Amazon, Casa del Libro, El Flamenco Vive, y otras plataformas del estilo)

(2) Lester Bowie, en noche madrileña de farra y de alegría, me confirmó semejante extremo (“llevo tiempo detrás de él para que toque con Art Ensemble of Chicago, pero resulta demasiado caro”), para más luego interpretar su versión de “Garota de Ipanema”, provocando el asombro y la estupefacción de los parroquianos, que no podían creer lo que estaban escuchando (Balboa Jazz, marzo 1980)

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