Cuando al jazz lo consideramos un estilo, le robamos el alma. Vivir en el 2014 como si fueran los años 50 del siglo pasado es un inútil ejercicio de nostalgia.
El problema, claro está, es la santificación de las formas, la glorificación de los términos, la consagración de (determinado) arte jazzístico como fin y no como medio.