De las diferentes dimensiones de la muerte, la terrenal es la más tozuda. Ya puedes llevar bien dentro al finado o finada que ahí fuera, donde la vida sigue, la ausencia es testaruda. Anoche, camino de La Social, la ausencia de Marianne era más obvia a cada paso. El mismo camino de siempre tenía un final distino. El mismo camino por las mismas calles del Poble Sec barcelonés en las que ella se inventó una comunidad de amigos y donde aparentemente todo es lo mismo. Hasta que miras de reojo su portal y no sale por la puerta.
Anoche se cumplió un mes del último concierto de Marianne Brull en La Base, el espacio donde la suiza jugó los últimos años de su vida a mezclar improvisadores “para mi placer personal”. El 28 de febrero estaba ya jodida, pero no se permitió faltar. Había tenido que acomodar su agenda de conciertos al servicio de un trío que estaba de gira tras solicitarle al saxofonista Ferran Besalduch que le hiciera el favor de mover un mes la fecha pactada. Besalduch le dijo que por supuesto. “Muchas gracias Ferran, siempre me lo pones muy fácil”.
La gracia de las sesiones de Marianne es que ella se inventaba las combinaciones de músicos. Rara vez eran grupos ya hechos. Y rara vez, si es que alguna vez esto se dio, alguien se negó. A Besalduch le pidió un dúo, pero la otra mitad no podía y a Brull le apeteció un solo, que es un formato que el badalonés no acostumbra a proponer. Ferran dijo que sí, pero una semana después ella falleció y el solo para Marianne, lejos de cancelarse, se transformó en “Un solo amb la Marianne” en La Social, librería vecina de La Base donde Brull descubrió el pasado verano un espacio complementario.
Y claro, la ausencia. Ni en la puerta fumando un cigarro apoyada en su bastón, ni bebiendo vino (con pajita, claro) sentada en el sofá, ni con su Tascam preparada para grabar. Silencio de escucha sin tos, pero con improvisación, como le gustaba a Marianne desde que un cuarto de siglo atrás se dio de bruces con estas músicas. Improvisación de verdad, porque como explicó Ferran Besalduch, ni acostumbra a los solos ni parte del instrumental que utilizó suele utilizarlo en concierto. Los saxos altos y tenor son sus instrumentos como profesor; bajo y el sopranino, su seña de identidad en escena. Anoche utilizó los cuatro y comenzó con una pequeña flauta un viaje del agudo al grave.
Dice preferir el diálogo, pero en el solo Ferran Besalduch se mostró como un avezado narrador. A pesar de que contravino la costumbre de terminar por todo lo alto (castigándose con el peso del gigantesco saxo bajo tras haberlo dado ya casi todo), demostró tener un gran sentido del tiempo, del tempo y del espacio, que fue ocupando con buen gusto, criterio y recursos. Sin abrumar, dejando respirar, con matices y toda la lógica (interna) del mundo. Quizá la clave estuvo en que en realidad de solo tenía tan sólo la apariencia. Porque incluso en ausencia, se trató de un diálogo entre el saxofonista y la musa, entre Ferran y Marianne. “Un solo amb la Marianne”. Que no todas las dimensiones de la muerte implican ausencia, claro.
Texto y fotografía: Carlos Pérez Cruz