Club de Jazz 22/04/2024
Dan Weiss

Artículos, entrevistas, opinión...

It don´t mean a thing…
por Carlos Pérez Cruz

It don't mean a thing...

Resulta tan reiterativa que empiezo a pensar que forma parte de las grandes preguntas de la humanidad. Sin embargo, como con éstas, las respuestas sólo pueden ser aproximadas, cambiantes, susceptibles de permanente revisión. Puede pasar incluso que cerca de alcanzar un consenso, alguien llegue, lo dinamite y haya que empezar de nuevo.

Debería servir, como mucho, para animar conversaciones moribundas, tardes de sopor, para agitar un combate dialéctico de consecuencias intrascendentes. La realidad es que hasta ha tenido que intervenir la Guardia Civil en alguna ocasión (y ya sabemos que cuando interviene es capaz de dispararle al agua). Y lo que es peor, su respuesta puede modelar y determinar hasta la irreversibilidad la carrera de muchos músicos que llegan vírgenes a un conservatorio y salen conversos. En manos de un profesor cerril, sólo una fuerte personalidad –o la iluminación de una noche en brazos de Coltrane- puede salvar al estudiante. Un maestro encantado de haberse conocido puede dejar al pájaro sin alas (y lo que mola del pájaro es que vuele). Me lo decía hace unos días Peter Evans: al alumno hay que ayudarle a que consiga lo que busca, no a que haga lo que uno mismo hace.

Cuanto más pregunto, cuanto más lo pienso, menos sentido veo a definir el jazz con palabras, a acotar su dimensión, a dirimir quién o qué queda dentro y quién o qué fuera, a sentenciar cuáles son sus inequívocas expresiones y cuáles las advenedizas. No se me malinterprete: evidentemente no todo es jazz, ni siquiera por el hecho de ser improvisado. Tampoco son jazzistas Noa ni Miguel Poveda, por mucho que ambos configuren programa doble en el escenario de Mendizorrotza durante el próximo Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz, o Paul Anka les trate de convencer allí de que el “Rock Swings”. Hay cosas que lindan con la estafa, la del panadero vendiendo harina como pan.

Es probable que la improvisación sea el elemento consustancial al jazz más reconocido por casi todos los interlocutores en esta disputa dialéctica, quizá en clara competencia con el swing, que de resultar condición sine qua non dejaría fuera de la órbita del jazz a la mitad del planeta jazz. Y uno está más por la inclusión que por la exclusión. No le pongamos concertinas al jazz, aunque algunos son tan vehementes en su defensa de la verdad absoluta que parecen antidisturbios defendiendo la honorabilidad de los desfalcadores de Caja Madrid.

Hay una línea más o menos zigzagueante e invisible que une músicos y músicas de forma muchas veces insospechada y que los lleva a formar parte de una tradición común (en la mejor y esponjosa de las posibles acepciones de tradición) cuya expresión (¡aleluya!) dista de ser uniforme. Una línea trazada por músicos cuyo trabajo ha inspirado a otros músicos que a su vez… y así hasta llegar a quienes hoy parecen a galaxias de distancia de los primeros, pero sin cuya existencia sería improbable que se expresaran de la manera en que lo hacen. Hay, por supuesto, quienes sienten apego reverencial por moldes musicales modelados y explotados hasta la extenuación de sus posibilidades decenios atrás y de los que sólo una personalidad extremadamente creativa puede extraer algo de jugo, y evitar así caer en la anodina emulación. El problema, claro está, es la santificación de las formas, la glorificación de los términos, la consagración de (determinado) arte jazzístico como fin y no como medio. Para ellos el jazz ha muerto. Con él, algo de ellos.

Pero no discutamos, porque precisamente de eso va este texto, de sentarnos y disfrutar del jazz (perdón, de la música) sin convertir la maldita pregunta en ineludible intermediaria de nuestros gozos (y sombras). Cuanto más la acotemos con palabras, más oxígeno le faltará a la música y mayor será nuestra propia estrechez de miras (y probablemente más ridículas las palabras que nos inventemos para definir lo que difícilmente se puede verbalizar). Por ello resulta una triste contradicción que se intente “esclavizar” el rango expresivo del jazz, sobre todo cuando muchos de los guardianes han repetido como un mantra que es “la música más libre” que existe. Otra cosa es que la liberación de sus ataduras haya dejado presos en el camino (como su popularidad).

¿Qué es el jazz? No lo sé a ciencia cierta (porque no lo es) pero, en este cansino combate, en ese “mal necesario” (Nels Cline dixit) de la dialéctica musical de palabras que tratan de explicar sonidos, quizá la mejor reflexión sobre qué es el jazz en este 2014 (y quizá la esencia que en cada momento lo hizo especial) me la hiciera hace unos días el baterista Jim Black: “Tal vez el significado de jazz hoy sea: no sabes qué es lo que va a pasar”. O lo que es lo mismo: It don’t mean a thing (if you got what you think).

Carlos Pérez Cruz

Nota: publicado originalmente en la revista 'Cuadernos de Jazz'.

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