Club de Jazz 25/03/2024
Adrián Royo

Artículos, entrevistas, opinión...

El limbo del jazz
por Carlos Pérez Cruz

Limbo

Discutíamos en Facebook -lo que es un decir, porque uno en redes tiende a rodearse de afines- a partir de una reflexión sobre la necrofilia jazzística que abunda en España, donde los muertos se ofrecen en recurrentes colecciones dominicales y los medios hablan del jazz en pasado. ¿Por qué esto pasa con el jazz y no con el rock y el pop? Sí, ya sé que lo de los Beatles es recurrente, pero se da coba a los vivos. Fernando Ortiz de Urbina, que de historia del jazz sabe un rato, respondió: "Creo que por público, penetración social, etc., sería más ajustada la comparación con la clásica".

Lo que Ortiz de Urbina expresó es, para mí, el quid de la cuestión de la identidad jazzística, la clave de su (falta de) penetración social. Uno de los problemas del jazz (en España) es su desubicación tanto mediática como escénica, lo que tiene igualmente reflejo en una afición que, de renovarse, lo hace mayoritariamente en su faceta antropológica. Con echar un vistazo a los diferentes grupos de índole jazzística en redes sociales, uno comprueba que abunda la nostalgia o, si no tal, la admiración por lo hecho a mediados del siglo pasado. Como el cinéfilo que quedó atrapado en el cine de la Nouvelle vague francesa o que vive en el bucle espacio-temporal de los maestros del Hollywood "clásico", la mayoría de aficionados al jazz -sin distinción de edades- parece aferrarse a la actividad jazzística de determinadas décadas del siglo XX, e ignora en gran medida la presente (cuando no se defiende de ella, salvo que replique lo admirado). Esto es trasladable igualmente a la actividad profesional de una inmensa mayoría de músicos de jazz que hoy (mal)viven de la reproducción idiomática de un lenguaje musical. En ese sentido, sí, son músicos "clásicos".

2016, Free Radicals

La dislocada identidad del jazz tiene también su reflejo en los espacios de programación escénica. A mi alrededor abunda la idealización del jazz como música que se escucha echando unos tragos. Es decir, prevalece la concepción de club de jazz heredada de la literatura legendaria de los viejos clubes neoyorquinos del be bop. Y así sucede que uno asiste a un concierto de Peter Evans, Agustí Fernández y Barry Guy en un auditorio de un centro de cultura contemporánea en Barcelona y se encuentra instalada la barra de bar, clara incitación a la relajación ambiental de una música que requiere máxima concentración y silencio. Es decir, se le impone a una música rabiosamente actual una escenografía ambiental inspirada en otro lugar y en otro tiempo. O se encuentra con Marco Mezquida y Masa Kamaguchi acallando por apabullamiento creativo al comensal de un restaurante italiano. O a TriEZ masacrado por el lanzamiento de botellas de un camarero desaprensivo. ¿Cuál es el espacio adecuado para el jazz de hoy? Demasiado "serio" para determinados espacios de ocio, demasiado "ligero" para que los guardianes morales de la pureza aristocrática de determinados auditorios le abran sus puertas. Lo que no sirven son los clichés que arrastran una escenografía obsoleta.

Con sólo echar un vistazo a las emisiones de jazz en España, la mayoría de programas de radio prestan gran atención a la música de artistas ya fallecidos. Los que no tanto, parecen tener siempre una deuda pendiente con esa historia, resulta difícil esquivar el guiño histórico. Y quien dice radio dice prensa, donde la extensa gama de artículos (y despropósitos) sobre músicos del siglo XX parecen certificar la muerte del jazz como música viva y en continua transformación. Como apuntaba el crítico Chema García Martínez, "lo que no nos cuentan es que, de sus cenizas, está naciendo un nuevo jazz o, mejor, un nuevo músico de jazz, parecido pero diferente a esos de los que hablan los medios". [Claro que ese parto quizá esté teniendo lugar ahora en España, porque fuera algunos recién nacidos tienen ya media carrera hecha o van camino de la jubilación]. Y añadía García: "Cambian los tiempos y cambia el modo de expresar y percibir el asunto (llamémoslo jazz)". Exacto, no se puede expresar mejor. A eso se le llama evolución; y si no tanto, transformación. Es propio de la condición humana, aunque nos aferremos nostálgicos al vinilo [que, por cierto, suele incluir códigos de descarga en mp3 de la música].

Guste o no, el jazz del año 2016 no puede sonar como el jazz de 1956, a no ser que aceptemos que el jazz como música viva ha muerto. A nadie se le impide disfrutar ni practicar la música que le plazca, no va este artículo de eso. Pero o normalizamos el presente del jazz y trabajamos sobre él con la misma naturalidad con la que lo hacen en otros ámbitos musicales, o acabaremos, en efecto, como los de la clásica: escuchando Brahms como si no hubiera mañana. O peor, como si no hubiera hoy.

Carlos Pérez Cruz

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