Club de Jazz 15/04/2024
Marta Sánchez

Conciertos

Marco Mezquida + M·A·P
CSN + Zentral (Pamplona) || 6 de abril de 2017
Músicos: Marco Mezquida (piano/teclado), Ernesto Aurignac (saxo alto), Ramon Prats (batería)

M·A·P en Zentral


En la campaña comercial de un banco, el humorista David Guapo explica que le resulta muy sencillo improvisar porque lleva preparándose para ello toda la vida. Me vino a la cabeza cuando un profesor del conservatorio me comentó que la 'clase magistral' de Marco Mezquida en el Superior de Navarra había sido "la menos preparada, pero la mejor". Entiendo su reflexión, pero creo que precisamente si algo estaba la sesión de Marco era preparada. Muy preparada. Empezó a concebirla el primer día en que se puso a jugar con un instrumento.

Sí, jugar, algo que hace un niño cuando le plantan delante de un tambor, una guitarra o un teclado, y que con el paso de los años, la formación y las exigencias de la carrera musical puede perderse entre una maraña de objetivos académicos y competitivos. La música es juego, como bien se encargan de recordarnos el frances y el inglés cuando hacen referencia a la práctica musical: jouer/to play. Pero la música es mucho más, porque tiene tanto de espiritual como de oficio, alma y cuerpo. Es, por encima de todo, una necesidad humana. Posiblemente la comunicación más pura y libre que exista, aunque como toda expresión humana, también sujeta a control y directrices.


Marco Mezquida, clase en el CSN


La dimensión espiritual de la música tiene poca (o ninguna) cabida en la formación académica. En su día me dijo el pianista Kenny Werner: "puedes enseñar cómo tocar, pero no por qué tocar". Ese porqué, el porqué de ser músico, fue la primera pregunta que lanzó Marco a su auditorio, para citar después a la mística alemana de finales del siglo XI Hildegard von Bingen y su conexión con el sonido, un aparente esoterismo que Marco dinamitó en sus primeros contactos con el piano de la sala. Se puede enseñar a tocar y se pueden contagiar razones para hacerlo. Escucharle es una de ellas. Dejó sin aliento a la sala después de un juego de improvisación de mínimos armónicos. Al estallido de aplausos, respondió con un espontáneo "dos acordes"; gesto de sorpresa por la reacción ante algo que para él había sido obvio, un "simple" ejercicio lúdico. Estaba jugando.

Como jugó con un coral de Bach, el mismo que utilizaría Paul Simon para su American Tune y que forma parte de 'La pasión según San Mateo' del maestro alemán. En Bach está todo, y en la perfecta sencillez de ese coral, un mundo inmenso de posibilidades para explorar como improvisador. De eso trata la música de Marco, de juego y liberación, de profundo conocimiento y transformación. Si en la condición humana existe la transexualidad, su condición musical es la transmusicalidad, capaz de pasar por todos los filtros inimaginables algo tan prosaico en jazz como es "Autumn leaves", para regocijo del personal. "Hay que visualizar la música con más libertad", sugirió con mucho tacto en un entorno inclinado a la rigidez como es un conservatorio. Quizá si, como apuntó, los bustos de Chopin, Bach, Beethoven..., esas cabezas de gesto serio y malhumorado, hubieran sido unos bustos brindantes, la historia hubiera sido bien otra. Y el jazz en el conservatorio corre también riesgo de pasarse de saludable.

Conocimos durante tres horas al Marco que escucha en casa madrigales renacentistas para purgarse y que se enamoró del jazz por Ella Fitzgerald. Disfrutamos del Marco que transformó con un gesto la dinámica mortecina de un combo improvisado. Con intensidad en la actitud, con comunicación activa, visual y gestual. Sin todo ello, el jazz se convierte en la música más aburrida del mundo. Una charla hilada en gran medida por los consejos que Schumann dejó anotados para sus alumnos en su 'Álbum para la juventud'.


M·A·P en Zentral


La juventud proporciona a Marco y a sus compañeros de M·A·P, Ramon Prats y Ernesto Aurignac, un plus de energía fundamental para mantener la tensión de la música que practican, tan intensa en sus valles como jovial en sus picos. Su disco acaba de recibir premio en Catalunya, pero su directo es el premio, como he constatado hasta en tres ocasiones. Siempre, lamentablemente, sin posibilidad de piano para Marco, que exprime mejores o peores teclados eléctricos, proporcionándoles una dignidad inopinada.

Hacía tiempo que M·A·P no se reunía, y quizá eso les dio un extra de hambre de tocar, porque la música fue voraz. Su disco es estupendo, porque ellos lo son, pero su directo se libera de las cadenas del estudio para lanzarse a tumba abierta por territorios de una densidad e intensidad abrasivas. Música libre a la par que de exigente virtuosismo, en un equilibrio perfecto de exploración y reproducción que roza en ocasiones los límites de lo imposible. Y en ese balance entre los espacios abiertos, los ritmos complejos y el groove más infeccioso, trazan un mapa de enormes contrastes y belleza, cuya trascendencia adquiere con el "U" de Ramon Prats rasgos casi místicos. Von Bingen se caería de culo.

Texto y fotografías: Carlos Pérez Cruz

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