Club de Jazz 25/03/2024
Adrián Royo

Conciertos

Ibrahim Maalouf - Levantine Symphony No.1
Eisenhower Theater, Kennedy Center, Washington DC, 1 de marzo de 2018
Músicos: Ibrahim Maalouf (trompeta y piano), The Free Spirit Symphony Orchestra (Dir: Michael Rossi) y The National Children's Chorus of The United States (Dir: Luke McEndarfer)

Ibrahim Maalouf NLI

Es un animal de escenario, una fuerza de la naturaleza. Le sobra energía (y le faltan nervios) para dedicarse a hacer un 'Facebook Live' hasta el instante de salir al escenario, para agarrar el micrófono y hablar durante diez minutos, para irse casi a la carrera al fondo del escenario y sentarse junto a la sección de trompetas, para alimentar con su pasión y nervio gestual el alma de su sinfonía. Hace todo eso y después es capaz de llevar gran parte del peso interpretativo durante una hora, de solear con la precisión de los grandes maestros del instrumento, y hacerlo además con ese melodismo incomparable que le permite su personal trompeta de cuartos de tono.

Ibrahim Maalouf es más una rock star que un jazzista, aunque él se considere un trompetista de clásico. Su actitud en escena, la naturaleza eminentemente rítmica de su música, la pegada que emana de muchas de sus composiciones, la vocación de espectáculo y espectacularidad, lo sitúan a veces en un terreno híbrido con tendencia a la pirotecnia del rock de estadio más que a la sutileza del jazz de club. Es una opción legítima, por supuesto, y probablemente es un reflejo de su personalidad. Él mismo se encargó de dejar claro que lo que íbamos a escuchar era “quien soy”. Y Maalouf es un tipo lleno de energía.

El estreno de la Levantine Symphony Nº1 era el plato fuerte del congreso organizado por 'The New Levant Initiative', una institución que busca fomentar los lazos entre los países del área del Levante. Precisamente el leitmotiv de la obra son esos vínculos culturales, y la traducción musical que realizó el trompetista se alejó de los clichés orientalistas para plantear una suite orquestal de corte épico, con dejes lingüísticos de la(s) cultura(s) árabe(s) y vocación universal. Para ello dispuso de un extraordinario arsenal instrumental sobre el escenario, con cerca de un centenar de participantes entre orquesta, coro y el quinteto del libanés. Antes de empezar, describió cómo había imaginado el rol de cada una de las secciones: chelos y bajos como sección clásica; violines y violas también clásicos, “pero más en un estilo gipsy”; metales de corte jazzístico; el coro infantil, encarnación de la música sacra. Además, su quinteto, una sección de trompetas que le secundaba, la percusión...

Ibrahim Maalouf NLI 2

Se dice que a veces menos es más, pero se dice menos que a veces más da menos. He defendido siempre que las orquestas se abran a proyectos alejados del gran repertorio orquestal clásico, a la colaboración con otras expresiones musicales. La riqueza tímbrica, armónica, rítmica, la densidad sonora que permite semejante orgánico, no puede ser coto cerrado a un repertorio concreto. ¡Sería delito! Pero también es importante hacer buen uso de los recursos, y una orquesta es una maquinaria compleja, un organismo que se puede alimentar de muchas maneras, en el que cada sección puede enriquecer la armonía, crear contrapuntos, iluminar/oscurecer con sus timbres... Si eso no se explota, la orquesta queda en mero ornamento colorista, que es en lo que en gran medida quedaron muchas de las grabaciones históricas de jazzistas with strings, y en lo que en cierto modo quedó la sinfonía levantina de Maalouf.

El trompetista invocó y defendió la melodía como valor máximo (una sencilla y hermosa melodía articulaba toda la obra), pero la sinfonía fue sobre todo energía y ritmo, y la orquesta y el coro, un instrumento para la épica y la transición entre secciones. Efectivo, pero sobre todo efectista. Opaco por el lastre de un coro infantil algo desconcertado y superado, sin la presencia que se le requería. Brillante en los momentos más íntimos, donde más se disfrutaba el magnífico canto trompetístico de Ibrahim Maalouf. Ahí sí que el libanés emociona y resulta particularmente sincero. Sin embargo, la pretendida majestuosidad del escenario en el que se desarrolló el relato tuvo algo de cartón-piedra. Resultó como espectáculo, pero se resintió como obra musical. El público acabó puesto en pie.

Carlos Pérez Cruz

Fotografías: 2018 New Levant Initiative

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