Club de Jazz 25/03/2024
Adrián Royo

Conciertos

Agustí Fernández 'Celebration Ensemble'
Mercat de les Flors (Sala Ovidi Montllor), Barcelona - 20 de julio de 2015
Músicos: Agustí Fernández (piano), Mats Gustafsson (saxo barítono), Pablo Ledesma (saxo alto y sopr.), Frances Marie Uitti (chelo), Nate Wooley (trompeta), Joe Morris (guitarra), Ingar Zach y Núria Andorrà (percusión), Sònia Sánchez (baile)

Agustí Fernández 'Celebration Ensemble'

Como reto, uno de los más difíciles. La incontinencia verbal de nuestro tiempo y el nerviosismo que nos produce el vacío sonoro hacen casi inconcebible el silencio de trescientas personas durante la friolera de veinticinco segundos, los transcurridos entre el último sonido producido por Agustí Fernández y el inicio de los aplausos.

Es verdad que cuando no hay un contundente “chis pum” de clausura, y no existe en la memoria la referencia de una obra previamente interpretada, siempre queda la duda de si los músicos han dado por finalizado el viaje; y cierto que cuando Agustí relajó el gesto es cuando el público prorrumpió en aplausos. Pero hay silencios y silencios: incómodos, inquietos… o, como fue el caso, de comunión y reposo de más de una hora de poderosa sugestión y admiración. La propia disolución de la música en el silencio –el mismo desde el que partió… o quizá otro- fue una forma generosa y elegante de diluir un trago de altísima gradación.

Para dilución, la de los egos. Agustí Fernández pudo conformar en la celebración de su 60 cumpleaños –una excusa de cifra redonda- un verdadero all star de músicos de diferentes generaciones, países y maneras musicales con los que se ha ido cruzando y compartiendo camino. Una reunión para celebrar “que estamos vivos” mediante una de las más admirables formas de manifestación humana, la música, y con una de sus expresiones más cargadas de adrenalina, la improvisación. La (no tan fácil) gestión de los egos en un all star fue en la noche del Grec la muestra de qué es posible cuando músicos que son cima bajan al valle y se confunden entre sí para configurar un cuerpo único en el que todas sus partes son esenciales. En ese sentido, la velada fue una lección de escucha y cooperación, de toma de decisiones y de (auto)control, en el que, incluso, de inicio pareció que de tanto escuchar nadie fuera a tocar. Una disposición y una actitud que moduló hasta extremos de insospechada sutileza y matices una expresividad que, a tenor de algunos nombres presentes, podría haberse adivinado feroz. ¡Y lo fue! Vaya si lo fue, aunque la ferocidad no necesariamente derive en decibelios.

Fue una gran celebración, la enésima demostración de que el monopolio de la fuerza emocional de la música no está (sólo) en el terreno de las fórmulas armónicas y melódicas convencionales; de que, aunque las emociones se puedan manipular o inducir mediante fórmulas preestablecidas, hay más verdad cuando éstas surgen del momento compartido por creadores y espectadores; de que la belleza no se puede estandarizar (o de que si se hace es por razones políticas); de que no son necesariamente perfectas las fórmulas perfectas, ni menos perfectas las que se gestan mientras se muestran; de que, como insiste Agustí, la música tiene lugar “aquí y ahora”, y, por eso, una expresión artística que está más afectada que ninguna otra por el momento (temporal, emocional…) y el espacio en el que tiene lugar es un privilegio, porque es único e irrecuperable. Porque no es música utilitaria y de ahí que, cuando se superan barreras preventivas, deviene en necesidad y adicción: es el mayor carpe diem que puede brindar la música como experiencia de creación para el músico y de audición para el espectador.

Es grande la responsabilidad. Contra lo que pueda pensarse, la posibilidad infinita exige un altísimo grado de precisión en la elección: la expresión más íntima ha de ir en consonancia con la del colectivo. Es parte de la magia, la sorpresa y el misterio de esta forma de concebir la vida y la música de la que los ocho invitados al Celebration Ensemble de Agustí son maestros. Una sinfonía en la que irrumpió, mediada la actuación, la hipnótica Sònia Sánchez, cuyo alucinante baile con Mats Gustafsson despertó la admirada sonrisa del público. ¡Qué mayor celebración de la vida que la de una música que se baila!

Carlos Pérez Cruz

Nota: publicado originalmente en la revista 'Cuadernos de Jazz'.

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