Conciertos

A mi derecha, una señora que podría ser mi madre; dos filas más adelante, un poco más a la izquierda, un chaval que podría ser mi hermano pequeño. Ambos movían la cabeza al ritmo de la música, abducidos por el sonido que les llegaba del escenario. Ella comentaba de vez en cuando la jugada con su vecina de butaca, que estaba allí animada por una amiga que asumió preventivamente la responsabilidad: "Si no te gusta, es culpa mía". Y gustó aparentemente a gran parte del público, que aplaudió dos horas de música y, en algunos casos, acabó puesto en pie. Por segunda día, 'Imaxinasons' colgó cartel de "No hay billetes".

El/la que se inicia, el/la convencida, el/la que pasaba por allí, el/la que "por cinco euros"... Personas muy diferentes, generaciones a las que separan décadas, diversos perfiles que atrae un festival con precios más que populares y programación de contrastes. Con el de Abe Rábade se celebraba la segunda noche consecutiva de trío de piano, contrabajo y batería, ocasión para comprobar que una misma formación instrumental puede resultar cosas bien distintas y los roles, cambiar por completo. La fuerza del trío de Rábade radica en la complicidad milimétrica de las reacciones, producto de años de trabajo conjunto; la del de Uri Caine, en la arrolladora personalidad de su líder. En ambos casos, el colectivo es importante, pero la forma de gestionarlo es bien diferente: con Caine prevalece la simultaneidad; con Rábade, la distribución canónica de espacios.



El canon del trío del gallego fluctúa entre el minimalismo melódico, paisajista, folclorista e intimista que asociamos a determinadas propuestas nórdicas (un Bobo Stenson, por ejemplo) y la reverencia a la tradición del jazz estadounidense de corte clásico y aroma romántico. Con el eje en la melodía y la articulación rítmica a base de sencillos vamps, el trío del gallego se explaya y puede estirar hasta el infinito la música, que reiteró estructuras de intensificación y progresiva disolución en el silencio. Tempos habitualmente muy calmos que sostuvieron largos solos, especialmente de Pablo Martín Caminero que, por protagonismo, pudo parecer líder del trío. Abe parecía más interesado en poner el marco que en salir en la foto, que retrató a un brillante Bruno Pedroso, nervio de una propuesta a la que le pierde cierta autocomplacencia en la poética de mínimos, que piden algo más, especialmente cuando el reloj se dispara hasta las dos horas de música.

En el puente que Abe establece entre los citados cánones que parecen alimentar su música, el gallego resulta más creíble y efectivo en el primero. Como con los idiomas, lo natural es la lengua materna. Al hablar en otro idioma se puede ser efectivo, pero se deja uno parte de la identidad por el camino. Como sucedió también con la presentación de un tema que Rábade anunció como experimental, que lo fue más en el enunciado que en el desarrollo. La poética idea de trasladar al piano la tímbrica percusiva y el ritmo de unas gotas de agua (grabadas y reproducidas antes de su traducción pianística) quedó en la mera anécdota de su reproducción (similar a lo que, por ejemplo, Jason Moran hiciera en su momento con The Bandwagon, con voces que traducía en ritmo y música) antes de que su acumulación diera vida a un caudal sonoro más ortodoxo. El uso de unas pelotas de golf sobre el arpa del piano, en un momento en el que las aguas del bop se toparon con una presa espacial que detuvo su curso, resultó anecdótico y azaroso.

El homenaje a Gonzalo Villar, personaje ilustre de la escena jazzística de la ciudad, fallecido hace unos meses, puso el lazo emocional a un concierto que tuvo lo mejor en la sincronía cómplice de un trío con años de trabajo, pero cuya extensión restó trascendencia al mensaje.

Texto: Carlos Pérez Cruz
Fotografías: Janite (Imaxinasons)